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Roberto Rivas Suárez
Nacidas con discapacidades auditivas, Monserrat Manríquez y Aniuska Alvear saben que su pasión es ayudar a otros, sobre todo a niños con necesidades especiales. Una desde la experiencia, y otra desde la formación, explican los esfuerzos personales y sociales por hacer de la inclusión una acción permanente.

En el camino de la inclusión de personas con necesidades especiales la labor de los educadores es fundamental, pero si además esos formadores pueden hablar de discapacidades en primera persona, el ejemplo es más que significativo para las nuevas generaciones. Es un impulso y una muestra de que sí se pueden lograr las metas.

Es el objetivo formador de Aniuska Alvear Videla y de Monserrat Manríquez Collao, quienes nacieron con discapacidades auditivas, pero que no se han rendido en sus metas de superarse y ayudar a otros con necesidades especiales.

Una desde la experiencia y la otra desde la formación, explican los avances y esfuerzos en sus luchas personales y familiares.

Coeducadora

Aniuska el Licenciada en Educación, a pesar de ser Educadora de Párvulos, su función en la Escuela Valentín Letelier, de Villaseca, desde el inicio de este año escolar, ha sido muy diferente a lo que estudió.

Allí su función específica es ser coeducadora de un niño sordo.

“La primera vez fue un poco difícil, el niño ya lleva muchos años trabajando con otra intérprete, y ahora llegué yo, y estoy aprendiendo mucho con Ignacio, con quien tengo una bonita amistad. Él pensaba que yo era oyente y se sorprendió mucho cuando se enteró de que soy sorda, porque él nunca había conocido a una persona sorda”, explica la joven docente.

Destaca que su pupilo, Ignacio, tiene doce años y va en sexto básico. Señala que su labor sería solo de interpretar, pero el niño le hace muchas preguntas a ella, aprovechando esa conexión en la discapacidad.

“Su mamá también se sorprendió cuando supo que yo soy sorda. Por eso le digo, que si yo pude, tú también puedes. Ahora sueña que en un futuro puede ser un coeducador sordo. Yo le enseño palabras a los profesores y al alumno, para que estudie al mismo ritmo del resto de sus compañeros en Historia, Lenguaje y todas las materias”, explica.

Consultada acerca de cómo llegó a trabajar en la institución educativa, Aniuska explica que ella postuló y envió su currículo a la Oficina Municipal de la Discapacidad, desde donde evaluaron sus credenciales, su experiencia y sus posibilidades y la ubicaron en ese colegio.

“Yo entregué mi currículo, y la intérprete Rocío Gálvez me entrevistó, conversamos, me presentó en el colegio ya como coeducadora. Ella me dio todo el apoyo para yo lograr este trabajo. Yo estudié en Calama, y soy educadora de párvulos, yo puedo hacer cualquier trabajo con pequeños de un jardín de infancia, esa fue mi formación, pero me interesó este trabajo porque al ser sorda, soy un referente para los más pequeños, y puedo apoyar al estudiante para que cada vez sea mejor y llegue a ser un buen profesional”.

Difícil tarea

Recuerda que cuando ella estudió en Calama contó con una intérprete, y sabe el gran apoyo que fue, porque que cuando estudió la educación media no contó con alguien que le apoyara, y fue realmente difícil conseguir el objetivo de lograr el cuarto medio.

“En el liceo estuve sola y luché, luché, luché mucho, traté de estar al día con todas las materias. Me ayudaron las compañeras, yo copiaba lo que más podía y me apoyaba en mis compañeras. Terminé cuarto medio, y mi papá me preguntó si yo quería seguir estudiando. Al principio dije que no, pero después me decidí y me incliné por estudiar Educación. Allí otra persona me acompañaba, y luché seis años, fue un sacrificio muy grande por estudiar, y trabajé mucho, hasta que al final saqué mi diploma”.

Señala que por propia experiencia sabe lo difícil que es estudiar sin el apoyo de un intérprete, ya que en la educación media se vio sola en un aula ruidosa de la que no podía entender todo lo que ocurría, sino el contexto de la clase, por lo cual se tenía que esforzar el doble para rendir de manera positiva en las evaluaciones.

“No había comunicación fluida con los docentes, se me hacía más difícil. Los profesores pensaron que yo no lo iba a lograr, pero yo a esa edad ya sabía leer lo labios y pedía que me hablaran más lento”.

Sobre su experiencia laboral, señala que si bien se preparó para dar clases y trabajar en Educación, no estaba acostumbrada a trabajar con niños tan grandes, de sexto básico.

“Igual estoy enseñando al niño, compartiendo y aprendiendo mucho de él”

-¿Qué es lo más difícil de trabajar con un niño de 12 años en un sistema al que no estabas acostumbrada?

-“Es muy diferente el sistema, quizás lo más difícil es que hay mucha materias, que hay que explicar, y eso quiere decir que hay mucho más vocabulario que tenemos que aprender, tanto el auxiliar, como el estudiante, así para mí también es un aprendizaje constante, yo estoy aprendiendo de muchos temas que para mí son nuevos, o ya estaban olvidados”.

Esfuerzo propio

Con respecto a la movilización diaria a Villaseca, señala que cuenta con su propio vehículo, por lo que maneja todos los días desde Ovalle hasta su sitio de trabajo.

“Yo tengo licencia de conducir y mi mamá me presta el auto. Yo pude sacar mi licencia en Calama, porque acá en Ovalle no me permitieron renovarla, no pude hacerlo porque en la oficina me dijeron que no podía, que no contaban con alguien para ayudarme. Fui a Punitaqui y también me dijeron lo mismo. Me sentí discriminada. Tuve que regresar a Calama a renovar mi licencia”.

Con una sonrisa en los labios señala que como conductora con más de diez años de experiencia tras el volante, nunca ha sufrido un accidente, ni siquiera uno chico, mientras que “los oyentes chocan a cada rato, porque siempre están distraídos”.

“Es que mis otros sentidos están más pendientes del camino y del resto de los conductores, yo puedo sentir la vibración de los otros autos y estoy siempre atenta a todo”.

Desde la formación

Caso similar, aunque todavía en formación, es el de Monserrat Manríquez, de 22 años de edad, quien estudia la carrera de Técnico en Educación Especial en el Instituto Santo Tomás de Ovalle.

Monserrat padece de hipoacusia, por lo que puede escuchar algunos sonidos, pero de manera intermitente y con dificultad, por  lo que difícilmente puede comprender una frase completa.

Explica que decidió estudiar esa carrera porque quiere ser una profesional que esté al servicio de los niños con autismo, con síndrome de down y con cualquier necesidad de atención especial.

“Sé que en La Serena siempre están buscando a un técnico en Educación Especial además para acompañar a niños sordos en esa ciudad donde hay muchos, y yo pensé que puedo ayudar también a los niños no videntes. Cuando culmine mi carrera podría ir hasta allá a buscar trabajo”.

Señala con emoción que el próximo año de su carrera tendrá la oportunidad de participar en prácticas profesionales en colegios especiales de la zona, pero que todavía no puede. Sería gracias a contactos de la institución que podrán colaborar y aprender en la Escuela Especial Yungay con los niños con capacidades diferentes.

Está en el primer año de su carrera, y destaca que lo más complicado ha sido el inicio, porque son muy exigentes, hay muchas pruebas, trabajos, y hay que esforzarse mucho en aprender un vocabulario muy amplio y técnico.

Cuenta con una intérprete, aunque no está en el cien por ciento de sus clases, cuya labor es apoyada tanto desde Senadi como desde el Santo Tomás. Destaca que en las ocasiones en las que no cuenta con un intérprete, es muy difícil llevar el ritmo de la clase, ya que los profesores hablan muy rápido y a veces no puede hacer lectura de los labios con facilidad.

“Yo le pido a los profesores que se saquen la mascarilla porque necesito tener una buena comunicación, porque puedo tener lectura labial, pero a veces es complicado porque van muy rápido. Igual me apoyo en los compañeros. Si hablan lento puede entender el contexto”.

Experiencia básica

Egresada de la Escuela de Música recuerda que allí la misma intérprete que le acompaña en el Santo Tomás, le ayudó en su paso por la educación media.

“Allí fui a Integración en 5to básico, porque no entendía las materias y sacaba muchas notas bajas. Pero luego me ayudó Rossana y fue cuando aprendí mucho, y comencé a subir las notas, y practiqué otras cosas”.

Recuerda que hubo un momento en el que no tuvo intérprete y no le fue bien, y que por eso espera que ningún niño con discapacidad tenga que pasar por esa situación.

Con apoyo fue cuando destacó en danza, cerámica y pintura, aficiones que todavía mantiene, aunque solo como gusto personal, y que luego espera poder utilizar como herramienta para la enseñanza.

¿Qué más hace falta para mejorar el proceso de enseñanza aprendizaje de las personas con necesidades especiales?

-“El PIE o Programa de Integración escolar es muy bueno, pero hay que fortalecerlo –Señala Aniuska-, y que sus integrantes se involucren más en materias como lenguaje y matemáticas. Que sea un objetivo inclusivo, que vaya hacia ese norte y con esa mirada, no solo de integración. En integración se ayuda, apoya y enseña, pero en inclusión es cuando además se le dan oportunidades y se enseña al entorno a  aceptarlo y valorarlo, para que de verdad pueda avanzar”.

Apuntó que los oyentes tienen que aprender palabras en lengua de señas, para poder comunicarse con los sordos, y que mientras eso no suceda, no habría una correcta inclusión.

Las entrevistas se realizaron en la Plaza de Armas con el apoyo de la intérprete Rossana Díaz, quien gentilmente apoya a la Agrupación de Personas Sordas del Limarí

 

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