Alfonso y Zulema: Un amor de la A a la Z

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    Han compartido la vida, las ilusiones y el taller: Alfonso transforma la madera en obras y Zulema la tela en arte.

    Crecieron y se conocieron en los tiempos en los que el papá del joven tenía que pedirle permiso al papá de la chica para poder cortejarla. Ni pensar en salir caminando tomados de la mano ni que se dieran un besito en público. Eso se lo dejarían a los seis hijos, 18 nietos y 15 bisnietos que no imaginaron nunca tener… pero tuvieron.

    Cuando Antonio Alfonso Cortés, conoció a Zulema Gutiérrez, Ovalle era una comuna muy pequeña y rural. Zulema entonces vivía muy lejos: en Huamalatatenía que caminar todos los días para poder asistir a clases. 

    “Yo la veía y me gustaba. Le hablé y comenzamos a pololear pero luego me chuteó. Papá un día me preguntó ¿Alfonso qué pasa con la Zulema? Ella me chuteó, pero mi papá me acompañó y habló con su papá, porque ellos se conocían habían trabajado juntos y yo le dije que si me recibe es para casarme con ella” resume Alfonso el momento desde el noviazgo hasta el matrimonio que efectuaron el 31 de diciembre de 1951.

    Desde ese momento no se separaron nunca más. Sobrevivieron a crisis que pudieron despedazar cualquier hogar, pero no el suyo. Vieron pasar crisis familiares, la hiperinflación chilena, los terremotos. Y todo lo superaron juntos. En los peores momentos Zulema tenía que cortar un huevo frito a la mitad para que comieran dos. Pero siempre se sentaron juntos a comer.

    “Teníamos un horno y yo horneaba pan para que Julio (el mayor de los hijos varones) los saliera a vender. Con una máquina de coser confeccionaba ropa para los vecinos, pero nunca nos acostamos sin comer”, explica Zulema, quien recuerda los esfuerzos que tuvieron que hacer para que los hijos fueran y no abandonaran la universidad.

    Alfonso trabajaba en los talleres de los Ferrocarriles, pero su hobbie y su gran pasión es la carpintería, su taller puede transformar cualquier pedazo de madera en adornos, colgadores de llaves, repisas, rodillos o lo que se le ocurra, mientras que Zulema, en el mismo taller, tiene su vieja y fiel máquina de coser, testigo del esfuerzo que han tenido que hacer para alimentar a sus hijos y permanecer unidos.