[CRÓNICAS OVALLINAS] El calor de una helada noche ovallina

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    El invierno está muy lejos. De hecho el otoño ni siquiera se ha terminado de instalar. Pero las noches ovallinas ya se están haciendo heladas, aunque no para todos, ya que la mayoría cuenta con el calor de su familia, o la calidez de cuatro paredes y un techo que le esperan al final de una larga jornada laboral.

    No, el calor no es para todos. Algunos están destinados a sentir el frío en los huesos, a convivir con temperaturas que nadie quiere sentir, ni siquiera en las temporadas invernales. Están destinados a dormir en las calles, las plazas, los parques, o cualquier lugar que reciba su carpa –en el mejor de los casos- o su cobija.

    A ese regimiento de personas se les ve de día. Sobreviviendo a la rudeza de La Alameda. Moviéndose entre los vehículos o mimetizándose entre la gente que trabaja en la calle. Pasando desapercibidas entre quienes saben que una cama caliente es el lugar en el que despertarán al día siguiente.

    Hay que estar muy necesitado para lanzarse a la calle y sobrevivir a la rudeza, a las bajas temperaturas y a las precarias condiciones que noche a noche les ponen a prueba el temple y los nervios.

    El calor inesperado

    Una noche que esperaba ser tan fría como otra, traería un poco de temperatura. No sería decisión del clima, sino de un pequeño grupo de personas que aunque no tienen necesidad alguna de dejar su nocturna comodidad, se organizaron para visitar a casi veinte personas en situación de calle para llevar un poco de esperanza.

    Un puñado de carabineros, políticos, ciudadanos comunes y otros voluntarios salieron en las noches de Ovalle cargados con sandwichs y café caliente para llevar un poco de amistad y solidaridad. Un té caliente rompía las barreras y abría espacio a la conversación.

    -¿Quieren un café y un sandwich?

    -Queremos a alguien con quien conversar.

    -Tenemos café y sandwich calientes

    -Tenemos muchas preguntas

    -Queremos acompañarles y traerles café y sándwich

    -Queremos saber por qué nos ha tocado a nosotros dormir en las calles. Por qué debemos ser marginados por la sociedad. Por qué nos ven en las mañana como si todos hubiésemos dormido calientes. Por qué noche tras noche el frío es nuestra única compañía y por qué nuestras familias nos han borrado de sus listas de regalo.

    Preguntas que salen desde el corazón y que consiguen el silencio como respuesta. No se puede contestar desde donde no se ha sufrido el frío. No hay frase que llene el vacío de un corazón urgido de cariño y que la compañía de una noche apenas está conociendo.

    Sólo hay sándwich y café.

    Hay una conversación que inicia entre los voluntarios que reparten calor en forma de comida y café y quienes la reciben esperanzados que sea la primera de muchas. De verdad esperan que sea todos los días. De verdad desean no tener que ser ellos quienes reciban la taza de café y el pan relleno y envuelto cuidadosamente de una servilleta de papel. Desearían ser ellos quienes la ofrezcan a otras personas, pero el destino, sus familias, sus decisiones o las decisiones de otros, los llevaron a tener que agradecer ese café nocturno que les caliente los huesos en las frías noches de un otoño que todavía no se ha terminado de instalar.

    La conversación termina. El café se acaba. Los sándwiches son devorados con ganas por quienes hacen las preguntas. Quienes ofrecen la colación de medianoche todavía están pensando en las posibles respuestas.

    Los vehículos en los que llegaron los voluntarios se encienden y la caravana de cariño sale a otra parte a repartir el cargamento que llevan.

    Para unos es café caliente y una cesta de sándwiches. Para otros es el inicio de una conversación, un compromiso que comenzó con un bocado, y terminó con la promesa de regresar.

    Unos se quedan contentos porque pudieron hacer las preguntas que querían hacer. Las respuestas no importan. Importa el hecho de que los escucharon.

    Los otros se llevan muchas preguntas que sólo pueden ser contestadas en la soledad de una cama caliente. ¿Hicimos lo suficiente? ¿Se puede hacer más?

    Unos van a dormir con frío. Otros a pesar de contar con una cama caliente, no pueden conciliar el sueño. Sólo pueden pensar en las respuestas que no atinaron a contestar.

    Todos compartieron una experiencia diferente. Saben que no fue solo café y sándwich en una noche de un otoño que no se ha terminado de instalar