La cruda vida de la “Súper Mamá” de Monte Patria

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    La cruda vida de la “Súper Mamá” de Monte Patria

    Pocas cosas causan más dolor a una madre que ver a sus hijos viviendo una situación difícil. Esta es la historia de Rosa Valderrama, una madre que con una vida llena de necesidades, sacrifica todo por el bienestar de su hijo, incluso su propia salud.

    Los paisajes de la hermosa localidad de La Cisterna, en Monte Patria esconden la compleja realidad de una familia llena de carencias en medio de la lejanía urbana. A un costado de la ruta, hay un pronunciado desvío que conduce hasta la casa de los Yañez Valderrama. Hace 9 años se mudaron desde la localidad de Rapelcillo, al terreno en donde residen actualmente, un lugar rodeado de un imponente paisaje que cautiva, pero que contrasta con la amarga realidad que tienen que enfrentar día a día.

    Al llegar al hogar de la familia se pueden evidenciar las precarias condiciones en las que viven. La cocina es una parrilla que está en el patio a sólo centímetros de un barranco de más de 10 metros, el viento gélido se cuela en cada rincón, las vigas de sauce de su techo lucen poco seguras, además de otras muchas cosas que por sobre todo, hacen imaginar cuán crudas pueden ser las noches del invierno cordillerano para sus moradores. En el mismo terreno, más abajo, hay 30 cabras pastando, 7 de ellas les están dando leche para hacer el queso con el que esa familia consigue el sustento económico.

    Hace años, la madre de Rosa les cedió este terreno porque en esa época el matrimonio no tenía dónde vivir y su hijo Javier (21), en ese momento de 12 años, pasaba por problemas médicos. “A él le daban 15 ataques de epilepsia al día, sufrimos mucho con él. Además se me murió una niñita que nació después de Javier, ella tenía 3 meses, le dio una bronconeumonía. No la trataron a tiempo, dijeron que era un simple resfrío, hasta que ella falleció. En mi vida he sufrido mucho”, cuenta Rosa.

    Tras ese triste episodio, Rosa se ha volcado al cuidado de Javier, el menor de sus dos hijos. El joven debe utilizar una silla de ruedas producto de una invalidez derivada de la meningitis que tuvo a los dos meses de vida. Nunca ha sido fácil poder desplazar a Javier, ni al interior de la casa, la cual no está habilitada para una silla de ruedas, ni por el sector rural en donde viven. Rosa debe hacer un esfuerzo no menor para ayudar cotidianamente a su hijo, de hecho ella misma lo carga y lo levanta cada vez que lo necesita, un incalculable esfuerzo considerando que su hijo la supera en tamaño y peso, “ya no me lo puedo”, afirma Rosa.

    En esos años, no importaba la hora o el día en que Javier sufría un ataque, Rosa y su esposo se las ingeniaban para llevarlo a un centro de salud. “Cuando era más chico lo andábamos trayendo en un burrito, así lo llevábamos a la posta cuando iba muy enfermo. Ha sido muy sacrificada la vida con su condición”.

    Afortunadamente hace 8 años que Javier no ha vuelto a tener ataques de epilepsia. “Busqué remedios naturales con una señora yerbatera, porque ya no dábamos más al verlo sufrir. Ella me recetó tres jarabes y después de un año de tratamiento él no convulsionó más”.

    Hay una especial relación entre ambos, una complicidad que salta a la vista y que es difícil de encontrar, “cuando él me ve muy enferma, se decae”, dice Rosa. Ella se emociona al recordar que hace unos días su hijo le dijo “mamita si te mueres tú, yo también me muero”. Más aún, entre lágrimas cuenta que su gran anhelo es que su hijo pueda conseguir la cirugía a los tendones que tanto necesita y que ha esperado desde el año 2009, “lo que le pido a Diosito es que lo puedan operar luego, porque sé que en realidad yo no voy a durar mucho. Ese es mi mayor sueño”.

    La operación 


    Impotencia le ha causado la larga espera de 8 años para que Javier pueda finalmente recibir una hora para la cirugía que le cambiará la vida, y le permitirá desplazarse sin necesidad de depender de una silla de ruedas. De acuerdo a lo que cuenta Rosa, la condición de su hijo es totalmente reversible, ya que sus tendones estarían atrofiados, y una operación sería la llave que le permitiría tener una vida normal, como la de cualquier joven.

    Hace tres años, la familia vivía un momento de alegría, al saber que su hijo sería operado, de hecho, hasta le dijeron que debía comprar algunos implementos para el proceso. Con un gran esfuerzo y la solidaridad de otras personas, e instituciones como la municipalidad montepatrina, Rosa y su familia compraron aparatos por la suma de 300 mil pesos. Sin embargo, la cirugía fue suspendida el mismo día en el que estaba agendada. Hoy los implementos que ella compró para la intervención permanecen en su casa como el triste recuerdo de un ansiado regalo que nunca llegó a su destino.

    Lo que le quita el sueño es saber que cada día que pasa, es un retroceso en la salud de su hijo, ya que los médicos le habían señalado que esa cirugía debe hacerse antes que Javier cumpla los 25 años, debido a que en ese punto culminaría su crecimiento. “En una reunión clínica me dijeron que si lo operaban él caminaría. Estamos ahora en la lista de espera, sólo espero que me llamen y me digan que sí lo van a operar, pensar en eso me desespera. Cuando no lo puedo bañar y me cuesta digo: ¿por qué tanto sufrimiento?”

    El día a día de Rosa es íntegramente dedicado al cuidado de Javier, desde que se levanta hasta que ella concilia el sueño. “Cada día lo levanto, lo baño. Estamos solos porque mi marido tiene que trabajar para poder comer, soy la que me llevo todo el peso. Hay días en que se me adormecen mucho las manos y se me enchuecan, creo que me quiere dar reumatitis, porque también lavo harto a mano. No tengo fuerza, hay días que la sangre tampoco me circula bien y me siento emborrachada. Además por mi diabetes me inyecto 4 veces al día”, explica, dejando en evidencia que su salud no la acompaña para brindar los cuidados que su hijo necesita, lo que le causa frustración y honda tristeza.

    Hace 7 años que a Rosa se le diagnosticó diabetes. Además tiene problemas a la tiroides, colesterol alto, hipertensión y hace poco tiempo, comenzó a sentir un extraño dolor al estómago sumado a vómitos, lo que le ha causado una pérdida de peso importante. En total son 10 píldoras las que toma diariamente, y hay veces en que sus desmayos hacen que Javier caiga en un estado de desesperación tal, que llama por teléfono a su papá en busca de ayuda urgente.

    Toda persona que es insulinodependiente necesita de medicación y cuidados especiales, pero en el caso de Rosa, acceder a eso no ha sido fácil. Todos los días se inyecta, y reconoce que comprar una huincha especial para medir su nivel de azúcar ha sido costoso, por lo que hay veces en que debe omitir ese proceso. A veces pierde controles y exámenes, porque no puede dejar a su hijo solo.

    No hay luz

    Otro problema que ha sido eclipsado, debido a la prioridad que le da Rosa a su hijo, son las necesidades básicas por las que atraviesan; entre ellas la electricidad. Bajo el barro refrigera su insulina y algunos alimentos. Un tambor con agua helada, cubierta por una tapa con tierra y plantas, es el artefacto que reemplaza al refrigerador en esta casa. Así han vivido y continuarán viviendo hasta que puedan conseguir un aparato que sea compatible con el panel solar que hace poco les han regalado. “Necesitamos un aparato de 50 watts”, dice. Además no oculta que le encantaría tener una lavadora, y así dejar de cargar bidones y agua de un lado a otro, “lavo en una batea, todos los días”, relata. 

    La vivienda de Rosa y su familia no cuenta con electrificación, de hecho la compañía le informó de la inviabilidad de la instalación de un poste, por lo que se han abastecido gracias a la instalación de paneles solares, “el que nos instalaron hace 9 años nos servía sólo para alumbrar y cargar los celulares. Hace poco el alcalde de Monte Patria nos entregó dos nuevos paneles, ahora alumbramos más lugares dentro de la casa, podemos alumbrar la cocina, el baño. Estamos agradecidos”, cuenta.

    A pesar de haber insistido, y de poseer título de dominio de su terreno, cuenta que le cerraron la puerta a poder conseguir un subsidio, todo por no tener factibilidad de luz ni de agua. “Pensé que por la condición de mi hijo tal vez tendría acceso a una casa más apta para andar con él”. A simple vista el baño no cumple con las condiciones básicas para que Javier lo utilice, es de una dimensión reducida, impidiendo el acceso a una silla de ruedas, “me encantaría que el baño sea más grande, para mi hijo”.

    Pese a tantas carencias materiales, a su diabetes, a que no puede guardar su medicación como debiera, a no tener agua caliente para ducharse, a la falta de electricidad y a depender de un camión municipal para tener agua potable, esta madre antepone sus más básicas necesidades, al bienestar de su hijo, el ser que la motiva a seguir viviendo. La batalla más difícil ha sido él y lo seguirá siendo si tan pronto como sea posible no es intervenido, “quiero que a mi hijo lo operen, quiero dejar a mi hijo andando y así poder morir tranquila”, dice con tristeza.