El sol se oculta, la temperatura baja. El frío de la noche es inclemente con quienes todavía pululan por las aceras de Ovalle. Las familias se guardan en sus casas, abrigados, calientes, planificando lo que harán al día siguiente.
Pero hay quienes no tienen paredes tibias que los resguarden. Hay una tribu silenciosa que pulula por las aceras buscando un poco de compasión, una conversación, un gesto que les diga que siguen vivos y son importantes. Algunos buscan todavía un bocado caliente que llevarse a la boca antes de acostarse en un helado colchón desvencijado que alguien desechó.
El Ovallino salió al filo de la medianoche a buscar las historias de quienes no quieren contar su historia. En muchos casos les avergüenza pero no les limita a seguir adelante en la búsqueda de mejores comodidades y dignidad.
No quieren hacer ruido. No quieren llamar la atención. Quieren pasar desapercibidos hasta el momento que necesitan de la ayuda de alguien.
Viven en las calles, duermen en el piso o se han construido sus refugios con los mismos materiales que recolectan durante el día, mientras hacen pitutos que les generan un par de monedas. Hay vicio. Hay alcohol. En muchos casos hay drogas. Eso es lo que hay, pero sus miradas y sus manos también reflejan lo que no hay: no hay oportunidades, afecto ni esperanza.
“No quiero caer en la cárcel otra vez”
Wladimir tiene menos de treinta años y ya conoce la cárcel desde adentro. Perdió nueve años de su vida en uno de esos reformatorios. Hoy tiene dos meses con su pareja durmiendo en una carpa a un lado de la avenida Ena Craig de Luksic. Trabaja de día limpiando vidrios en un semáforo, y de noche cuida carros frente a una botillería. “Yo estuve mucho tiempo preso y no quiero volver a caer en ese mundo. Ahora que salí prefiero ganarme la vida así, con trabajitos honrados, prefiero limpiar vidrios que salir a robar y que me detengan” explica.
Aunque narra que es maestro de cocina –incluso maestro de alta cocina- actualmente se le han cerrado algunas puertas. “Tengo una herida en el dedo que no me deja tomar bien los implementos. Además si se me abre un punto puedo infectar la comida y sería peor, porque me van a acusar de que contaminé la comida a propósito”.
“No pedimos mucho”
Jorge y Dina sobreviven al lado del Hiper Líder. Su calor viene de una lata donde van quemando la madera que recolectan en el día porque, no pueden confiar en el plástico que los cobija. Ni siquiera es una carpa. Es sólo un plástico sobre un colchón.
“En algún momento nos prometieron que nos iban a dar una ‘mediagua’ si teníamos un terrenito, pero donde estábamos nos sacaron y ahora no tenemos ni una ni otra”, explica Jorge. Ya cumplieron un año allí, escondidos frente a todas las miradas.
Aunque es muy poco lo que tienen, lo comparten. “Ahorita le estoy haciendo una casita al perro, como tengo un martillito y un poco de madera, se la estoy construyendo” dice Jorge. Cuenta que tiene un perro pero se han acercado otros dos “y me da lástima con ellos”.
“Un poquito en la feria, un poquito en la calle”
Durante el recorrido nocturno Mauricio Meneses, Margot Rodríguez, Betty Cortés y Fernando Joo, voluntarios de la Red Solidaria de Ovalle, entregan café, té, panes calientes y ropa de abrigo a la gente que lo necesita. La tribu sin hogar lo recibe agradecido. Es un gesto de solidaridad que repiten todas las semanas y van siguiendo y conversando con cada caso. Conocen sus nombres, sus vivencias y sus desventuras. Reparten el apoyo de noche, con frío, cuando es más necesario.
Frente al Mall hay un pequeño bosque que esconde una micro vecindad de cinco cuchitriles. Allí se diluyen las noches de un grupo de personas con pasado pero casi sin futuro.
Allí Luchito se resguarda en las noches luego de trabajar un rato en la Feria y un rato en las calles. Ya no trabaja de temporero. Gloria es la única mujer entre un grupo de cinco hombres y quien mantiene el orden en el refugio que construyeron de la nada, pidieron permiso al dueño del terreno hace unos tres meses.
“Aquí no molestamos a nadie. Nadie nos molesta. Pasamos frío pero no nos mojamos con la lluvia, antes estábamos en Canela, en Calama y hasta otras zonas del norte, pero ahorita nos ha tocado estar aquí”.
Ellos tienen poco, pero no piden mucho, sólo un poco de atención y algo de calor. Las cicatrices por trabajos y situaciones con condiciones al margen de lo aceptable les recuerda de donde vienen, donde están y que quizás nunca salgan de ese círculo. Es su drama, y el de una ciudad que no los ve, o no los quiere ver.
“Código Azul” para mitigar el frío
La semana pasada se realizó el lanzamiento del Código Azul, una estrategia de emergencia impulsada por el Ministerio de Desarrollo Social, que por primera vez se implementa en Chile y que aumentará la capacidad de atención para las personas en situación de calle durante el invierno, para proteger su vida y evitar que más personas puedan morir de frío a la intemperie. De esta forma, se potencia la atención del Plan Invierno.
Al respecto, la Intendenta Regional, Lucía Pinto, expresó que “se ha instruido la implementación del Código Azul en beneficio de las personas en situación de calle y esta es una oportunidad, además, para hacer voluntariado y seguir colaborando en torno a esta estrategia de emergencia que busca duplicar la capacidad de atención a las personas en esta condición”.
Este dispositivo se implementa hasta el mes de septiembre, para las regiones de Coquimbo, Valparaíso, Metropolitana y Biobío. Deben darse dos posibles condiciones para la activación del Código Azul: Cuando la temperatura este bajo los 5° C o en el caso de que sea inferior a 8° C, junto con pronóstico de precipitaciones, nevadas o agua-nieve.
El Código Azul contempla triplicar las atenciones de la ruta social, para llevar comida caliente y abrigo a las personas en los puntos de calle donde pernoctan.
Se implementó además el sitio web www.codigoazul.gob.cl para que la ciudadanía a pueda enviar la ubicación GPS de una persona en situación de calle a través de un Smartphone o entregar una descripción acerca de la persona en esta condición.