Eran las 09:30 de la mañana cuando tomamos rumbo a una alejada caleta llamada Talquilla. Luego de una hora de viaje, logramos llegar. Era un lugar tranquilo, donde el sonido del mar se hacía notar, las aves volaban de un lugar a otro y en la orilla se asomaban unos botes de pesca que se mecían luego de una ardua jornada de trabajo.
Al frente del mar, en una pequeña casa de color rojo salió un hombre, quien amablemente nos recibió; él era José Gómez (53), un pescador que gran parte de su vida la ha vivido a orillas del mar. Caminando con la ayuda de unas muletas nos saludó y pese a que ha sido un hombre golpeado por la vida se veía alegre.
Tomamos asiento en un cómodo sofá y sin esperar, José comenzó a hablar: “Yo nací un 28 de agosto de 1961 en el Mineral de Talca, ahí me crie con mi papá, quien era minero y mi abuela, quien era mi mamá”, relató.
En aquellos años, “era mucha la pobreza. Yo no tuve estudios y a los 11 años salí a trabajar con un tío que me enseñó la pesca y a los 16 años estaba buceando. Más adelante me casé y tengo 2 hijos, uno que hoy ya tiene 30 años y el menor que solo tiene 14, ellos son un orgullo para mí. Pero durante el trayecto de mi vida me han ocurrido muchas cosas”, señaló José, quien durante más de 30 años se dedicó al buceo sin saber que de un día para otro su vida cambiaría drásticamente.
Era un 31 de diciembre del año 2004, cerca del mediodía y como de costumbre José trabajaba en el mar. “Era el último viaje que hacíamos en el bote, yo estaba a unos 30 metros de profundidad y de repente me pilló una descompresión muy grave, el cual me dejó cinco días en coma”, relató el pescador, quien afirmó que su hijo menor lo trajo de vuelta. “Mi guagua me trajo a la vida de nuevo, puede ser por el cariño de los hijos lo que a uno lo mueve, porque vi su carita y desperté”.
Ese día José recobró la conciencia. “Eran las 3 de la mañana cuando desperté, traté de hablar, pero no pude, me costó mucho poder formular una palabra y trataba de moverme y no podía, solo mi cabeza tenía movimiento, fue un terrible despertar… y a los tres días, recién me vine a dar cuenta de lo que me había pasado. Los doctores me dijeron que no iba a volver a caminar nunca”, relató.
Fueron 96 días de hospitalización, con un 85% de inmovilidad en su cuerpo. “Todo ese tiempo fue horrible porque los días se me hacían eternos, además tuve que vender mis botes, me quedé sin herramientas de trabajo y sin alimentar a mis niños. Pero cuando salí del hospital, tuvimos harto apoyo, entonces había personas que a uno lo hacían sentir bien y me apoyaron mucho y por intermedio de otras personas llegué a vivir al Radio Club de Ovalle.
Allí José junto a su familia permanecieron por ocho años. “Al principio no podía hacer nada, pero con el pasar del tiempo comencé a tener movilidad en los brazos, entonces de a poco empecé plantar árboles y los cuidaba. En la silla de rueda me agachaba sacaba la tierra y limpiaba”, dijo.
“Después del año y seis meses desde que ocurrió el accidente, me facilitaron un bastón y un andador ortopédico y yo los miraba preguntándome: ¿cómo hago para poder pararme y demostrarles a mis hijos que yo puedo?”.
Entonces relató José: “un día como a las 11 de la mañana, mi esposa tomó el andador y me dijo ‘toma, párate’, y yo empecé a tratar de pararme. Al principio me costó porque no me podía el cuerpo, me costó enderezarme, pero me paré, caminé de la casa al portón del Radio Club, traspiré entero, pero a la vez era un cambio tan brusco que dio mi vida porque podía pararme. Después mi esposa me hizo lo mismo pero con los bastones, ahí se me hizo más difícil, porque no quería caerme, pero conseguí caminar con los bastones y ahí fue otra esperanza, porque si puedo caminar con bastones a lo mejor podré a caminar de nuevo”, dijo.
En ese momento, mientras nos relataba su historia, sus ojos reflejaron aquel sentimiento de alegría tras este logro, pero cuando continuó hablando esa mirada había desaparecido, pues luego de pararse con las muletas fue a Coquimbo a una cita con el especialista… “me bajaron de golpe, se me fue toda la felicidad que tenía, porque ellos me dijeron que no podría volver a caminar, tengo un pre infarto medular, entonces lo que dicen ellos, es que tengo cinco centímetros de medula muerta y eso no me va a dejar caminar…. los papeles médicos indican que no tengo ninguna posibilidad”, sentenció.
Pero José no perdió la esperanza porque “también tengo un carácter muy duro y muy fuerte que me ha hecho volver y seguir adelante”.
Pasaron dos años desde al accidente y milagrosamente José ya podía moverse con ayuda de los bastones. Varios años después y luego de una rutinaria vida en Ovalle, José decide volver a la caleta y buscar una forma de poder trabajar. “Pasaron los años y de repente llegaba mi hijo del colegio y me comentaba que todos sus compañero tenían celular y computador y a uno le parte el alma eso, porque con lo poco y nada que ganaba mi esposa nos alcanza solo para mantenernos, así que un 3 de diciembre del 2011, le dije a mi familia que me iba de vuelta a la playa y pese a la negativa de ellos volví”, dijo.
“Me vine y estuve tres días tratando de ambientarme de nuevo. Un día me fui caminando con mis bastones, llegué a La Conchilla y había un poco de huiro y trabajamos en el que estaba varado, me acerqué a los huiros, me afirmé con un bastón y con la otra tiré la alga, ese día saqué 100 kilos…. Me corrieron las lágrimas porque yo podía trabajar”, relató con una sonrisa en su rostro.
Desde aquel día, hace tres años, José volvió al mar. “Se sufre harto sí, pero mi hijo pequeño necesita todavía la ayuda del papá y yo hago lo que sea para que a él no le falte nada. Recuerdo que en la pascua de ese año le regalé un computador”.
Mientras conversábamos, José trasmitía una seguridad de sí mismo admirable y una convicción de vida implacable, porque sus hijos fueron el pilar fundamental de su rehabilitación. De hecho, así lo manifestó: “ellos son lo que me hacen tener fuerzas, poder todos los días levantarme, a veces nos va mal, a veces no ganamos ni para pan, pero uno está aquí haciendo patria para que ellos no les falte nada, son todo para mí, soy un padre agradecido de serlo” señaló orgulloso.
Desde entonces cada día, José se levanta a las 7 de la mañana y parte al trabajo que queda a unos 20 minutos caminando; ahí a las 8 de la mañana comienzan a trabajar. “A veces cuando está bueno uno puede estar hasta las 1 o hasta las 11 depende de cómo está el día, cuando está bueno hay que aprovechar, pero cuando está malo a las 11 estamos de vuelta y nos quedamos en la casa, mirando el mar”, relató.
Actualmente José es presidente del sindicato de pescadores y de la corporativa y al respecto señala que “mis compañeros me dieron la posibilidad de ser dirigente, hemos conseguido hartas cosas para la caleta, tenemos una planta picadora de huiro y esto me ha ayudado a mantenerme ocupado. Pero aquí a nosotros como pescadores es poco el apoyo que tenemos de las autoridades del gobierno. Para el sector costero donde trabajan buceadores y recolectores el gobierno no nos ha brindado apoyo, porque todo lo que es plata y apoyo va al sector agrícola y ganadero. Estos tres meses han sido pésimos para nosotros, pero ¿a quién vamos a pedirle ayuda?, si tampoco nos escuchan”, sentenció.
Finalmente señaló que “me siento orgulloso de poder salir adelante y poder ganarme el pan en esta caleta, mis compañeros me han apoyado el 100%. Lo terrible del accidente es cuando uno vuelve a la realidad y lo más terrible para mí fue sentarme en una silla de ruedas”, finalizó.