Es la situación más difícil que pueda enfrentar una persona.
Es estar al borde de la muerte y tomando la mano de personas que no conocía, de quienes no sabía su nombre, pero que se ganaron su corazón y su agradecimiento.
Un Accidente Cardiovascular Severo, llegó de manera inesperada a la vida de Guivanna Matta obligándola primero a permanecer durante un mes en el Hospital de Coquimbo, para luego ser remitida a Ovalle donde permaneció casi dos meses.
Puertas fuera del hospital y en redes sociales eran muchas las quejas que había escuchado y leído acerca del trato a los pacientes. Comentarios variopintos que iban desde los más dulces hasta los más ácidos. Ahora Guivanna tendría que probar el sabor del cuidado del personal médico y dar su propia opinión al respecto. Sin guardarse nada, sin edulcorar nada. No era una mera visita sino la lamentable oportunidad de conocer en propia cuál sería verdad o cuál mentira en todo lo que se decía.
En la sala de aislamiento en el Servicio de Medicina de Hombres, ya que en el de mujeres no habría espacio para su condición, el cariño que sintió fue con mucha calidad humana.
Guivanna no necesitaba estar consciente para saber que tenía alrededor un par de decenas de ángeles guardianes: unos vestidos con batas blancas, otros de verde, incluso algunos con delantal o cotona para el aseo. Pero todos desplegando sus alas para protegerla.
La mujer de cincuenta años, con los ojos cerrados y casi sin poder responder a estímulos, se dio cuenta que son pocos los que atienden a muchos, y que a pesar de la notable desventaja numérica, nunca se amilanaron ni se dieron por vencidos. Al contrario, cada uno sabía el papel que jugaba y ayudaba al otro en cada pequeña guerra. Cada cama es una lucha, cada diagnóstico es una pelea y cada ayudante hace lo posible para que el soldado que la libre no camine solo al por el campo de batalla.
Pero la tranquilidad de Guivanna se asentaba en el hecho de que sabía, desde la primera de las ocho semanas que estuvo en cama, que sus familiares eran tan bien atendidos como ella. Todo lo que necesitaban su mamá y su pareja lo podían solicitar al equipo de enfermeras, quienes estaban siempre prestar y dispuestas a colaborar.
“Eso me tranquiliza” diría Guivanna si pudiera hablar. Pero no podía, Todavía faltarían días, diagnósticos y terapias para ver cómo reaccionaría. Y sus familiares al pie de la cama sin poder desmoronarse ante la situación, y los funcionarios de esa sección médica apuntalando a los familiares para que no decayeran. Aunque el horizonte era oscuro, entre enfermeras y paramédicos siempre encendían una vela para iluminar el camino.
La tarea nunca fue fácil. Mañana y tarde pendiente de las reacciones que pudiera tener la paciente. Pero eran reacciones que no llegaban. Tazas de té, sandwichs y colaciones que no tenían la obligación de brindar a los famiiares de Guivanna y a pesar de ello, siempre había un momento para compartir el calor de una merienda.
No sería Guivanna quien los olvidara. Quiso escribirlo para que quedara como constancia de agradecimiento sin límites. Para las enfermeras: Ana Gaby, Nicole Acuña, Yocelyn Burgos, Priscila Fabres, Fernanda Tapia, Alan Pizarro.
Los kinesiólogos: Danisa Rivera, Eduardo Velázquez, Tulio Garrido y Brayan Rivera, y la nutricionista, la srta Camila van en su corazón. Quiere recordarlos a todos. Al personal de Alimentación y de Medicina de Hombres, a la fonoaudióloga: la sra. Kalaterine Araya, a la sra. Iris Mundaca, del departamento de aseo y a los paramédicos Carmen Mundaca, Yola Tabilo, Judy Bugueño, Juanita Rojas, Estefany Jiménez, Marcia Cepeda, Karina Araya, Víctor Vergara y Luis Marín.
Un lugar especial tendría la médico tratante, Diana Hurtado, quien llegó de otro país a cuidar a pacientes como Guivanna. Apenas esta semana le dieron el alta para descansar en su casa, pero a experiencia de los últimos dos meses no deberá olvidarlas jamás. Las lleva grabadas en su silencioso agradecimiento
*Actualmente Guivanna Matta está en su casa al cuidado de su familia. Está en cama y todavía no responde a estímulos.