Sin nombres quienes reciben, sin nombres quienes dan

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    El frío de la noche te cala hasta los huesos. Mantener el cuerpo caliente no es un lujo, pues tras las dos primeras heladas de semanas anteriores, mantener el cuerpo caliente y la mente concentrada en no perder la temperatura es una cuestión de supervivencia.

    Unos no tienen nombres. Son casi invisibles para el resto de los ciudadanos. Duermen en la calle, bueno, no en la calle, sino en carpas, rucos, casuchas improvisadas construidas con lo que paradójicamente va dejando atrás una civilización que todavía no está del todo civilizada.

    Detrás del mall viven siete. Más allá del Líder, duermen cinco más. En la alameda se concentran otros cuantos. De día se confunden entre los que trabajan en una tienda o una oficina y hacen diligencias en organismos públicos. Ellos trabajan por monedas: limpian vidrios, cuidan vehículos, ayudan a llevar cargas pesadas a cambio de una propina que les asegure vivir hasta el día siguiente, cuando volverán a limpiar vidrios, a cuidar vehículos y a llevar pesadas cargas en un lamentable círculo que no logran romper.

    Tampoco tienen nombres quienes pueden verlos. Los pocos héroes que son capaces de salir de su nocturna comodidad y visitarles llevándoles algo de abrigo y un té caliente que les aumente la temperatura.

    No tienen nombres. De día son carabineros y carabineras, motoqueros independientes, futbolistas, periodistas. Desde que despunta el día todos son conocidos como el licenciado tal, la Cabo cual, el futbolista este o el empresario aquel. Pero esa noche no tienen nombres, son una caravana de buenas intenciones que ha recolectado ropas y calzados diversos, ha preparado comida, ha comprado té y café para recorrer la ciudad y compartir con quien lo necesita en una fría noche de dar y recibir.

    Se saludan. Algunos se conocen. Se han visto de día con la luz del sol. De noche se miran a los ojos pero no se distinguen bien los rasgos, está oscuro. Quizás algún nombre saldrá volando en la conversación, pero no es lo importante. Lo importante es que unos necesitan y otros decidieron salir a dar.

    Una especie de mercado persa de buenas intenciones se abre en cada una de las paradas de la caravana. A un lado del camino se destapan las bolsas –sacos- con ropa donada y se ventilan prendas para calcular tallas y necesidades.

    -Esta chaqueta te puede servir, tiene chiporro por dentro.

    Le dice uno de los donadores mientras toma la pieza por los hombros para estimar su tamaño con respecto al de su futuro dueño.

    -¿Tení pantalones elasticados?

    Le pregunta una que necesita, pero que sabe que su talle de cintura puede subir o bajar en la medida que pueda alimentarse mejor o peor durante este invierno. En otro saco se buscan los pantalones que alguien ya no quiere usar, simplemente porque ya pasaron de moda o no se ajusta a tal o cual combinación.

    Quien recibe no ve colores. Ve necesidades. Es cuestión de supervivencia para sobrevivir hasta el otro día y poder seguir girando en el círculo que no se acaba.

    -Estos zapatos te pueden servir, están buenos y son de cuero, te van a mantener los pies calientes.

    Ofrece una voluntaria como quien quiere asegurar una venta.

    -Sí, ¡esos son perfectos! Me quedan.

    -Pero si no te los habés medido

    -No importa, yo tengo los pies pequeños, seguro que me quedan

    No importa la marca o el color. Importa el calor para seguir respirando en las frías noches que se vienen.

    Tras varias paradas en diversos puntos de Ovalle el mercado persa de buenas intenciones se va cerrando.  El café y los panes se van terminando. Todos se llevan algo. Unos cargan con chaquetas y pantalones nuevos –para ellos- y otros se van satisfechos por poder cumplir una labor del corazón. Por poder cruzar la meta de la solidaridad y ayudar a quien más lo necesita.

    La caravana se retira y todos se van a dormir satisfechos y calentitos. Sin nombres. Ni los que reciben, ni los que dan. Sólo importan los agradecimientos sinceros y las buenas intenciones. Sólo eso.