Algo fuera de lo común le llamaba la atención al muchacho, pero quería la confirmación de su papá, a quien consideraba el hombre más inteligente del universo.
-¿Papá quienes son ellos?
-¿Quiénes hijo?
-Esos que están ahí…
-Ah, son vendedores de artesanías y emprendimientos…
-No papá, no los vendedores, sino quienes están durmiendo detrás, en el pasto.
Y señaló unos bultos arropados que todavía a las 9.00 de la mañana reposaban escondidos frente a todo el mundo. La Plaza de Armas se convertía a esa hora en un paso obligatorio de estudiantes y trabajadores, de los abuelos que se reúnen a resolver los misterios de la política y de los pololos que aprovechan la excusa de salir de sus casas para jurarse amor en cada beso.
Los cuerpos arropados detrás de los tenderetes de los emprendedores no lograban llamar la atención de los adultos
-Esos, papá. Esas personas que están durmiendo en la plaza…
Por más esfuerzos que hiciera el padre, no lograba observar el motivo de la pregunta. Por un momento imaginó que su hijo le gastaba una broma.
-¿Serán turistas, papá? ¿Serán peregrinos? ¿Serán mochileros europeos que recorren el mundo?
El papá no sabía qué responder. Por alguna razón los adultos no podían ver a los que llegaban a Ovalle en busca de un refugio seguro, en busca de una oportunidad de trabajo o simplemente buscando la magia y la tranquilidad de la que tanto se jactan los ovallinos en las redes sociales.
-Quizás algún día yo me vaya a otra ciudad y duerma en una plaza
Soñó el niño con la inocencia de quien planifica su vida como un juego. Los invisibles visitantes de la plaza seguían durmiendo sin saber lo que afuera pasaba.
Por alguna razón sólo los niños podían ver a los peregrinos de la necesidad. Los adultos, al parecer sin querer, eran ciegos ante esa realidad.
-Quizás lo estás imaginando hijo.
Se consoló el padre al no descubrir a los visitantes
-Quizás